Las protestas en Ecuador parece que se están convirtiendo en una especie de regla. El cambio del gobierno en Ecuador no ha significado el cambio de modelo, por eso hoy vemos tantos paralelismos con el estallido social de octubre de 2019. Pese a que ya se refirió Sara a ello, merece la pena recordar lo sucedido.
Luego del acuerdo que firmó el gobierno de Lenin Moreno con el Fondo Monetario Internacional, llegó el momento del primer paquetazo, reformas que, según Lenin Moreno (y solo según él, evidentemente) “crearían más trabajos y mejores oportunidades”.
Veamos esas mejores oportunidades: recortes en salud, recortes en educación, subida de los impuestos, menos vacaciones para los funcionarios públicos (pasaron nada menos que de 30 a 15 días al año) y además, que los funcionarios públicos trabajen gratis un día al mes.
Pero no crean que aquí se acababan todos los beneficios de estas brillantes reformas para mejorar la vida del pueblo, no: además decidieron eliminar el subsidio a los combustibles, vigente desde hace 40 años, que era clave para la población más pobre y especialmente para la población indígena, mucho más dependendiente para casi todo del combustible y más vulnerable a subidas de este tipo.
El país quedó paralizado durante unos 12 días. Centenares de heridos, más de una decena de fallecidos como resultado de la represión policial. Miles de detenidos y medios de información, mirando para otro lado o criminalizando a los manifestantes. Al final, hubo una mesa de diálogo y llegaron a un acuerdo que, sorprendentemente en el caso de un político tan fiel a sus ideas como Moreno, fue incumplido por su gobierno.
Y aquí les cuento por qué he tenido que retroceder casi 3 años al pasado. Porque esto es un patrón, no se trata solamente de Ecuador, ni se trata únicamente del precio de combustible. Esto tiene otro nombre, y es nada más ni nada menos que el ‘neoliberalismo’ cuyas políticas han afectado a lo largo de décadas y siguen afectando a América Latina.
Hoy, Chile y Ecuador son dos de los Estados más desiguales del mundo. Las protestas que estallaron allí entre 2019 y 2021 fueron fundamentales para propiciar el giro progresista que experimentaron posteriormente.
En Chile la gota que colmó el vaso fue el aumento del precio del billete de metro, y en un primer momento, al menos en Europa, nos sorprendían imágenes de un millón de personas en la Plaza Italia y las calles aledañas de Santiago manifestándose.
Resulta que en el oasis teníamos un sistema de pensiones instaurado durante la dictadura de Pinochet, con un mecanismo de ahorro individual puesto en manos de fondos privados que invierten tus ahorros en Bolsa. Eso para todos, salvo para los miembros de las Fuerzas Armadas, esos sí tenían una seguridad social como dios manda.
Colombia, más de lo mismo con sus matices: la reforma tributaria de Duque fue el detonante de las protestas del año pasado. Desigualdad sistémica, sistemas de salud y educación deficientes, subida de impuestos para los sectores más vulnerables.
En Guatemala hemos visto las imágenes del incendio del Congreso en 2021 porque el gobierno aprobó un nuevo presupuesto en el que decidió aplicar ‘ajustes’ en educación y sanidad (en plena pandemia, ojo) y en partidas como desnutrición infantil, y a la vez aumentar fondos “para la alimentación de los diputados” y la compra de vehículos. Y nada de esto es broma.
Por parte del gobierno, un clásico que ya mencionamos: criminalización de los manifestantes. Siguen fieles a la doctrina de seguridad nacional, impuesta por el Departamento de Estado en los años 60 del siglo XX. Leemos en el libro del profesor colombiano Francisco Leal: “En los años 60, los militares adoptaron una serie de principios que llevaron a considerar a la mayor parte de los problemas sociales como manifestaciones subversivas”.
En aquel entonces, se debía al miedo al temible germen del comunismo.
Pero la tradición se cumple a rajatabla hasta la actualidad, por eso oímos de dirigentes varios que en Chile las protestas fueron desencadenadas por fanáticos del pop norcoreano y por rusos. En Colombia, por las FARC y por rusos, en Ecuador, por Rafael Correa.
Los manifestantes, tanto en Chile, como en Colombia, Ecuador, Guatemala suelen ser tachados de vándalos y el foco mediático, más que centrarse en sus reclamos, se centra en la cantidad de cubos de basura que vuelcan o en los escaparates que rompen.
América Latina vive un cambio trascendental, lo que evidencia el declive de la agenda neoliberal, de la que Ecuador todavía parece no tener vía de escape. Ahora queda esperar a ver cuál será la reacción de las élites proclives a la agenda neoliberal, que no suelen caracterizarse por aceptar de buena gana ningún tipo de propuesta alternativa a sus políticas. Especialmente si estas vienen desde cualquier tipo de izquierda.
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