Francisco Javier García Bejos
El mapa político de América latina ha cambiado drásticamente. En medio de la falta de
crecimiento y desarrollo, de la corrupción y la falta de planeación, de la desigualdad y la pobreza,
se generaron las condiciones óptimas para la consolidación de la izquierda como alternativa
política. Desde México hasta Argentina, a la espera del triunfo de Lula en Brasil, el domingo
pasado Petro tomó protesta en Bogotá, acompañando así la ola de transformación que
indudablemente inicio los vientos de cambio desde México; las apuestas de quienes pensaron que
nuestro país se convertiría en Venezuela, Bolivia o hasta Cuba, han desaparecido.
La realidad de la izquierda moderada, con inspiración marcada por el socialismo europeo, a
diferencia de otros momentos políticos o económicos, no fundamenta su oferta en virajes
económicos abruptos, lo hace buscando atacar el statu quo de la clase política de derechas y de
centro, que no han podido marcar una agenda de desarrollo capaz de generar progreso en la
región lejos de la frivolidad y la corrupción. La ola de izquierdas moderadas triunfando en
Latinoamérica tienen un primer resultado contundente: la desaparición del centro político y la
polarización, la nueva narrativa fundada en la posibilidad de convertir el pasado reciente, aquel de
la Latinoamérica reformista y neoliberal, de la globalización y del libre comercio, en el momento
máximo del fracaso de la región.
La pobreza, desigualdad, informalidad e inseguridad se pasearon cómodamente por la región, sin
que existieran respuestas contundentes, sin que hubiera resultados que alentaran esa agenda
reformista. Las clases medias se convirtieron en los más grandes escépticos de la promesa
neoliberal; los ricos mientras tanto más ricos que nunca, los pobres ciertamente mejor que antes,
pero en medio, donde el desarrollo debía de convertirse en un gran trampolín hacia un futuro
diferente, las cosas no cambiaron, y allí reventó la cuerda: el sistema de salud y educación no
mejoró del todo, el sistema pensionario sin respuestas, el mercado de trabajo informal como
siempre, la productividad y la innovación no aparecieron en la región. Visto desde el concierto
global, Latinoamérica ha dejado de ser sexy para las inversiones, y el futuro desde aquí, carece de
la emoción que tienen ahora Asia, el Medio Oriente, y posiblemente algunas regiones de África.
La prueba que viene para la izquierda es enorme. El reto no se trata de inventar alguna narrativa
alternativa, esa ya la lograron escribir, no se trata de demagogia ni de populismos tampoco. Se
trata como nunca antes de resultados, de generar agendas ordenadas y constructivas, se trata de
políticas públicas que tengan profundidad y que atiendan con nuevas herramientas los viejos
problemas que se han enquistado aquí.
La pobreza y la desigualdad sí pueden superarse, la inseguridad puede abatirse, la informalidad
debe acabarse; la ruta del triste destino latinoamericano debe cambiarse, en paz, sin sobresaltos,
sin rupturas, cuidando el concierto de las libertades y la democracia, la izquierda tiene la
responsabilidad histórica de lograr construir un nuevo sueño latinoamericano, común, cierto,
plural, progresista.
La oportunidad para la región es histórica. Ante los embates de posturas extremas tanto de
derecha como de izquierda, ante los retos que supone el cambio climático, ante una sociedad cada
vez más exigente y harta del rezago y la exclusión, el momento de poner los cimientos para un
mejor futuro es hoy. Ojalá que la clase política sepa leer estos mensajes y actúe en consecuencia.
A nuestro continente, a la gente que vive en él, y a nuestra democracia, les urge contar con líderes
que estén a la altura.
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